En los años sesenta era bastante frecuente que algunas pandillas de jóvenes organizaran jiras, meriendas, chocolatadas y guateques en los que se disfrutaba de lo lindo. Recuerdo algunas de las que, en Ribadesella, hacíamos a la “Fuente el Espinu”, a “Oba”, o a la “Cueva del Tenis o del Agua”. También la “Cuevona” era lugar habitual, y de visita casi obligada para los forasteros, a los que se solía mostrar: “El balcón”, “la Piedra el Pianu” y donde quedaban boquiabiertos admirando la luz que entraba por la lucera de la bóveda.
Las historias de cómo los vecinos se escondían en esta y otras cuevas “cuando la guerra” y el conocimiento de que se habían encontrado algunos restos en alguna de ellas, así como la presencia de pinturas en la Cueva de San Antonio, desbordaban a veces nuestra juvenil imaginación, llevándonos a correr alguna que otra aventura más o menos afortunada. Para unos, era la aventura por la aventura, para otros el guateque por sí mismo y, en los menos, a lo anterior se unía la afición por los minerales y el conocimiento de la naturaleza.